Torrecillas de la Tiesa: La Web de los Torrecillanos

Al mismo tiempo que Narciso, el caballista, estaba pasando sus apuros por esos caminos hacia los riberos, uno se despertó atosigado por su madre y por su tía para estrenar una extraña indumentaria que no era ni vestido, ni pantalón; ni calzón, ni taparrabos, sino algo así como una especie de bombacho, que tenía la particularidad de dejar muy aireadas las partes bajas; probablemente con la sana intención de resolver la problemática higiénico-sanitaria común a la infancia, derivada de la incontinencia característica de los niños de entre uno y dos años de edad.

Era una indumentaria como más elegante y más discreta que esas ridículas calzonas, que se ponían otros, que llevaban una raja "de fábrica" en medio para facilitar las operaciones de auto limpieza. Todo para que las madres se ahorraran jabón, tiempo y recursos en lavar y secar pañales.

Para mi ese bombacho era una vergüenza nacional; máxime cuando después de ponérmelo se me ocurrió ir al taller de tio Francisco, donde Maxi halló en mis atavíos el punto jocoso para partirse de risa.

¡Una humillación! Una y sólo una vez. ¡Como para preocuparme de los burros que pasaban, ni de los mozos que trasportaban! O de si llevaban o no la manta color arco-iris.

Me volví a casa, y monté tal pataleta (no se si ahora se dice perrea) que a partir de ese día los calzones se convertirían en la vestimenta oficial, única y exclusiva hasta la adolescencia; sólo compatible con el 'abriguino' de los domingos para ir a misa.

Lo que no recuerdo de ese día es haber visto pasar ningún tipo de camioneta o coche motorizado de la época, como cuenta Narciso. Pudo suceder que con la rabieta que pillé no me percatara, porque me habría 'jundeado' en la habitación, debajo de la cama, o en la cuadra con las gallinas. Un acontecimiento como ese, de ver pasar cuatro aigas, era algo muy poco frecuente en la región de la Tiesa de los años 50; ni siquiera en su capital, Torrecillas. En cualquier otro momento no me lo habría perdido.