(4/4/2010)
NOSTALGIA. Nuevo relato de Isabel González Mateos.
Ya tenemos el nuevo relato de Isabel González Mateos que ha titulado Nostalgia, accesible desde nuestra web en /enlaces/reportajes o diréctamente en (versión para imprimir)
Es una narración que nos va a gustar a todos los que de alguna forma conocimos la existencia de aquel tipo de vida en el campo.
Pero esta que nos cuenta Isabel no es una historia de campo cualquiera sino de aquellos lugares idílicos del valle del río Almonte, que no todo el mundo llegó a experimentar.
La disculpamos sus 'pequeñas o grandes ausencias al colegio' de entonces en compensación de lo cual tenemos estos sus recuerdos: 'Recuerdo que, aprovechando los periodos de vacaciones verano, Navidad y Semana Santa, pasaba grandes periodos en la huerta con mis abuelos, [...] Me llevaban para ayudarle en las tareas de la casa, y eso para mi era el mejor regalo que podían hacerme, ya que me lo pasaba muy bien. Aquel campo lo llamábamos 'el río' (era el río Almonte, uno de los afluentes del Tajo), dada la proximidad de éste con la huerta y con la casa, en la que vivíamos aquellas largas temporadas, dedicados al cuidado y recolección de una abundante variedad de frutos propios de aquel valle.'
Nos cuenta el viaje desde el pueblo hasta el río donde 'pasábamos las temporadas de recolección del algodón, tabaco, pimentón y también de los cereales.'
'Qué maravilla ver la huerta desde lo más alto del 'rivero', eso era algo indescriptible. Parecía como una inmensa alfombra verde en la que te gustaría tumbarte mirando al cielo...'
Y nos describe su cancho... 'Más allá del embalse, emergía de la tierra un grupo de grandes rocas que, cual si de hongos se tratara y con cierta actitud arrogante, parecían solitarios vigilantes apostados a la entrada del valle; y a las que yo bauticé con el nombre de 'mi cancho'. Esto era para mí un pequeño universo; y digo pequeño universo, porque allí, sobre aquellas viejas rocas, podía soñar que existían todo tipo de ciudades, monstruos, y todo lo que una niña con su imaginación era capaz de crear en un mundo de ficción y de ensueño.' Era su trono.
' –¡'Agüelo'! Estoy harta de los mosquitos –protestaba veces, cuando éstos se propasaban demasiado–. Terminarán comiéndome alguna noche, si no le damos una solución –concluía sofocada y a manotazo limpio.
–No te preocupes hija –decía mi abuelo, compasivo e indignado a la vez–. Esto lo arreglo yo ahora mismo.
Y efectivamente: cogía una palangana vieja que siempre utilizaba para estos casos. Seguidamente nos dirigíamos a la cuadra donde estaban las caballerías, y en un rincón de ésta recogíamos los excrementos secos que mi abuelo apartaba cada día para que los animales no los estuvieran pisando, más que nada por lo desagradable que resultaba. Cogíamos unos cuantos 'cagajones' (excrementos secos de las caballerías), que era como nosotros llamábamos a aquel 'excelente' material; los poníamos en el recipiente citado, y, con todo aquel pequeño y raro cargamento regresábamos al lugar donde los enfurecidos mosquitos parecían querer acabar con nosotros. Una vez depositado el recipiente en las proximidades de nuestro lugar escogido para el serano (tertulia nocturna en los pueblos), le prendíamos fuego a su contenido. Aquel curioso incendio no producía llamas, sólo una discreta humareda con un olor entre paja seca y hojas muertas que no parecía gustar a tan desagradables intrusos; y rápidamente, éstos optaban por desaparecer de nuestro lugar de animada tertulia, continuando nosotros, ya más tranquilos, con nuestra conversación, hasta que se quemaban todos los cagajones; o hasta que mi abuelo se levantaba y, de forma un tanto ceremoniosa e inesperada para su escasa audiencia, exclamaba: 'Todo el mundo a la cama, que mañana será otro día'...'.
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Que nos manda desde Málaga, con un entrañable abrazo, Isabel González Mateos.